martes, 21 de julio de 2009

MILK

Justin Fashanu, el primer futbolista profesional que salió del armario. Y, por ahora, el único...

¿Quién era?: Un futbolista inglés de origen nigeriano de los 80 y los 90.

¿Por qué se le recuerda?: Por ser, como os decía, el único futbolista de élite que declaró públicamente su homosexualidad. Lo hizo en 1990, cuando era futbolista del Leyton Orient londinense.

Justin Fashanu (Londres, 19 de febrero de 1961) era uno de los más prometedores jugadores del Reino Unido, cuando jugaba en el Norwich City. Más aún, cuando en 1981, en entonces poderoso Nottingham Forest pagó por él 1 millón de libras esterlinas. Ya entonces, Fashanu tenía clara su sexualidad. Aunque no era oficial, sus salidas nocturnas llegaron a los oídos del polémico entrenador del Forest, Brian Clough. Éste, en su biografía, relata una conversación que tuvo con Fashanu: "Si quieres una barra de pan, ¿adónde vas? Al panadero, supongo. Si quieres una pierna de cordero, al carnicero... Entonces, ¿por qué sigues yendo a esos malditos clubs de maricones?". Clough llegó a apartar a Fashanu del equipo y ahí empezó un rosario de pasos efímeros por numerosos clubes, que incluyeron estancias en Estados Unidos y Canadá. Regresó a Inglaterra, jugó en el Manchester City, en el West Ham y en el Leyton Orient. Estando en este equipo, el 22 de octubre de 1990, el diario sensacionalista The Sun publicó una entrevista exclusiva con Fashanu en la que el jugador declaraba su homosexualidad y además, relataba que había tenido un affaire con un parlamentario conservador casado.

Su vida como gay

Cuando salió del armario, comenzaron sus problemas. Su propio hermano, John, que también era futbolista, lo rechazó, afirmando que "era un paria". Aunque sus compañeros de vestuario no le hicieron el vacío, Fashanu tuvo que aguantar declaraciones de otros que lo rechazaban y las inevitables chanzas y comentarios maliciosos de los aficionados. Por todo ello, volvió a hacer las maletas y retornó a Canadá. Volvió al Reino Unido para jugar en Escocia. Entre otros, formó parte del Hearts of Midlothian de Edimburgo, equipo con el que se enfrentó al Atlético de Madrid en una eliminatoria de Copa de la UEFA. Incapaz de pasar una temporada seguida en más de un club, se retiró en Nueva Zelanda tras otro breve paso por Estados Unidos.

Su triste final

Fue en Estados Unidos donde recibió el peor palo de su vida. En 1998, un joven de 17 años le denunció por abusos sexuales. Fue interrogado por la Policía por ese caso, pero ni siquiera fue detenido. Fashanu retornó al poco a Inglaterra, temiendo ser arrestado. Poco más de un mes después de este asunto, y agobiado por una profunda depresión, Fashanu fue encontrado ahorcado en un garaje abandonado en Shoreditch, un suburbio de Londres. Dejó una nota de suicidio en la que decía que "Me he dado cuenta de que ya he sido declarado culpable. No quiero dar más preocupaciones a mi familia y a mis amigos. Espero que el Jesús que amo me dé la bienvenida; al final encontraré la paz". La Policía inglesa averiguó poco después que las autoridades estadounidenses habían archivado el caso de abusos sexuales contra Fashanu por falta de pruebas.

El Club de los Iluminados nombra a Justin Fashanu miembro fundador con todos los honores,un cuadro con su retrato iluminara el salón principal junto a sus compañeros, en el cielo no hay prejuicios, descansa en paz Justin!

martes, 14 de julio de 2009

LA PELOTA ENSANGRENTADA

Sabias palabras de Quique Peinado.
Cuando El Salvador invadió Honduras, un 14 de julio de 1969, las pintadas resistentes de los hondureños afloraron en las paredes. Entre mensajes bélicos que conminaban a "degollar al agresor" y arengas patrióticas, una frase en una pared de Tegucigalpa hablaba de cómo el fútbol había ayudado a que un terrible conflicto bélico estallase entre El Salvador y Honduras: "¡Vengaremos el 3 a 0!", se podía leer. Detrás de esa bravuconada había demasiada relación entre el fútbol y la guerra.

Fue una macabra casualidad que las selecciones salvadoreña y hondureña se enfrentaran en la previa del Mundial de México de 1970 justo cuando la tensión entre ambos países crecía. El conflicto era por la tierra: 300.000 emigrantes salvadoreños en Honduras poseían tierras que reclamaban los hondureños. Cuando el gobierno de Tegucigalpa decidió satisfacer las demandas de sus ciudadanos, no recurrió a las tierras de sus terratenientes o de las empresas estadounidenses: optó por expulsar a los inmigrantes salvadoreños.

La 'razón' asistía a ambos bandos: los campesinos hondureños se morían de hambre mientras emigrantes del país vecino explotaban sus tierras, y los salvadoreños penaban por la violencia que sufrían sus emigrantes, acosados hasta el extremo. La tensión crecía entre ambos países, pero, quizá, el fútbol encendió la chispa.

Un gol, un suicidio
En el partido de ida de la eliminatoria, en Honduras, los jugadores de El Salvador no pudieron dormir en toda la noche. Hinchas hondureños rompían los cristales de sus habitaciones del hotel, hacían ruido y los insultaban. Perdieron 1-0, un deshonor que una salvadoreña no pudo soportar: cuando Honduras marcó, en el último minuto por medio de Roberto Cardona, agarró una pistola y se pegó un tiro. La prensa se encargaba de azuzar los sentimientos nacionalistas. Un periódico escribió que la joven "no había podido soportar la humillación a la que fue sometida su patria".

Honduras marcó en el minuto 90, y una chica se pegó un tiro. A su funeral acudió el presidente

Su funeral fue cuestión de Estado: a él acudieron el presidente del gobierno y todos sus ministros, así como la selección de fútbol en pleno, que vio cómo su regreso al país fue un drama lleno de insultos e intentos de agresión a los que habían manchado el orgullo del país con su derrota.

A la vuelta, en San Salvador, la tensión era insoportable. Los jugadores hondureños sufrieron un grado más de acoso en terreno enemigo: por la noche, rompieron sus cristales y lanzaron ratas muertas por ellos. Perdieron 3-0, y el seleccionador hondureño dio gracias por haber perdido: habían tenido que ir al campo en carros blindados, y las peleas fueron constantes. Quién sabe lo que hubiera pasado si llegan a ganar. El tercer partido de la serie, en terreno neutral (México), lo vieron las hinchadas de ambos países separadas por 5.000 policías.

La mayoría de los historiadores habla de "casualidad", e incluso se niega el nombre de 'La Guerra del Fútbol' (acuñado por la prensa de la época y globalizado por el legendario relato de Ryszard Kapuscinski), para cuantificar cuánto tuvo que ver el deporte en un conflicto que duró 100 horas y en el que murieron entre cuatro y seis mil personas.

No se puede decir, por tanto, que aquellos partidos provocaran una guerra, pero parece imposible desligar ambos acontecimientos. El fútbol, en lo peor de sí, exaltó nacionalismos destructivos y sirvió para enfrentar, aún más, a dos países al borde de las armas.

Hoy se cumplen 40 años desde que El Salvador invadió Honduras y dio comienzo a una guerra terrible. Cuatro décadas después el fútbol ha cambiado mucho, pero en demasiadas ocasiones deja de ser una fiesta y se convierte en el motor para sacar lo peor que llevamos dentro. Una fecha como hoy debería servir para reflexionar. La memoria de 6.000 muertos debería ser suficiente.

Esta noche el castillo no ilumina.